Bilbo:
Un pique, propio de dos machitos de secundaria. Ése fue el desencadenante de un tiroteo entre un vigilante de seguridad, César C, y un escolta, Carlos D.J., registrado ayer en la estación de Abando, en Bilbao. «Intenté separarles dos veces y a la tercera... Primero se ofrecieron golpes, después se encañonaron y entraron en un estado de pánico en el que ninguno fue capaz de retroceder», explicó un testigo del enfrentamiento. Según esta versión, algo tan baladí como «una actitud chulesca, una mirada que sienta mal» derivó en una «situación grotesca» más propia de una bronca de bar que de profesionales que trabajan con armas. El círculo próximo al vigilante sostiene que éste se sintió molesto porque creyó que dos guardaespaldas de un concejal del PP se reían de él.
El rocambolesco suceso se produjo alrededor de las dos menos cuarto de la tarde, en plena hora punta, en la primera planta de la estación intermodal que combina trenes de cercanías y de larga distancia, y el metro. Santiago Pérez, un edil del PP en la localidad de Portugalete, iba a tomar un tren para visitar a unos familiares en Valladolid. Para hacer tiempo, se sentó en la terraza de un restaurante de la cadena Bocatta, junto a los andenes, donde tomó una coca-cola mientras leía el periódico. «Me puse en la primera mesa, junto a la cristalera (que después quedó agujereada por una bala)», relató ayer a EL CORREO. Sus dos acompañantes, que vestían de paisano, se colocaron junto a una barandilla, desde la que se divisan unas escaleras mecánicas, «para vigilar» el entorno. Uno de ellos, Carlos D.J., mulato, de 28 años y origen caribeño, apenas llevaba unos días con él, ya que está sustituyendo a uno de los guardaespaldas habituales del concejal, que se encuentra de vacaciones.
Su llamativa presencia despertó las suspicacias de uno de los empleados de la seguridad de la estación. El vigilante, uniformado y armado, se les acercó. «Vamos a dejar la fiesta en paz, que las de Bilbao ya se han terminado», les advirtió con gracejo andaluz propio de su Huelva natal. El edil vio que sus escoltas estaban hablando con el guardia, pero no concedió ninguna importancia al hecho. «Pensé que le conocían, así que seguí tranquilo leyendo».
La conversación empezó a acalorarse. «Pasa de mí», espetó el escolta. Según allegados al vigilante, éste desenfundó el arma después de que el guardaespaldas montara la suya y le encañonara con ella desde el mirador. «He visto niños y no he disparado», confesó César en el hospital.
«No se conocían, fue vergonzoso. Uno utilizó una excusa estúpida, pensaba que se había reído de él y llegó a ofrecer golpes y jaleo; y el otro sacó el arma y le siguió el juego», explicó un testigo. Ambos permanecieron varios segundos apuntándose, «a una distancia de unos diez metros entre ellos», describió el concejal. Hasta que empezaron a descerrajar tiros. «¡Qué coño ha pasado!», gritó Santiago Pérez. «Al segundo disparo me tiré al suelo», confiesa el edil, que vio a su escolta disparar junto a él. El vigilante recibió dos impactos de bala: uno en el hombro y otro en un muslo.
Escenas de pánico
El tiroteo desató escenas de pánico en la estación, por la que transitan unos 27.000 viajeros al día. «La gente subía por las escaleras mientras estaban disparando y, al darse cuenta, inmediatamente se agachaban», describía Silvia, dependienta de una tienda de telefonía situada frente a la terraza. «Vi al 'andaluz' (el vigilante) agachado. Se levantó y fue cuando le dispararon», apuntaba la empleada de un comercio adyacente. Las dos mujeres escucharon al menos «seis disparos». «Esto es el Oeste, pero ¿dónde he venido a trabajar?», se estremecía Silvia. Una mujer tuvo que ser evacuada a un hospital por un ataque de ansiedad.
Testigos afirmaban ayer que el vigilante disparó hacia arriba cuando estaba cayendo al suelo. Una de las balas perdidas alcanzó en un brazo a un joven que estaba también sentado en las sillas de la bocatería. Otro de los impactos podía apreciarse en el cristal de una máquina expendedora. Los casquillos y los cigarros del paquete de tabaco de César quedaron desperdigados por el suelo. En las imágenes grabadas por las cámaras de seguridad se aprecia cómo el escolta se acerca al herido y da una patada a la pistola de su oponente para alejarla, antes de irse.
Carlos D. J. abandonó la escena. «Su primera reacción fue irse, pero sé por su compañero que habló con él por teléfono, que tenía intención de volver», defiende Santiago Pérez. A los pocos minutos llegaron patrullas de la Ertzaintza y la Policía Municipal de Bilbao. Los agentes arrestaron al guardaespaldas que, según algunas fuentes, se encontraba en la planta baja. «Cuando le vi tumbado (al guarda) pensé que no lo iba a contar, pero al sentir que respiraba me quedé más tranquilo», admitía el concejal. Según un portavoz de la empresa LPM, no corre peligro la vida del empleado, que incluso tiene la intención de reincorporarse al trabajo en los próximos días.
La cantidad de armas que hay en la calle, concretamente en Euskal Herria,
en manos de personas con poco talento mental es abrumadora.
Era cuestión de tiempo que una pelea entre gallos terminara de esta manera,
de lo malo malo, no ha habido que lamentar muertes de terceras personas,
porque esos dos bien podían haber entregado la cuchara,
ya han demostrado suficiente...
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