Adela Sastre es una de ellas. Lleva toda la vida trabajando en el centro, 32 años. Pero desde hace unos cuantos cambió la falda por el pantalón, que no es vaquero ni ajustado, sino el típico pijama sanitario, ancho, más cómodo e higiénico. Y, claro, tanta soltura, tanta comodidad y tanta higiene no podía salirle gratis tanto tiempo: en la última nómina, el concepto de asistencia y dedicación había desaparecido.
La clínica, en la que trabajan unas 200 mujeres, está gestionada por una cadena hospitalaria privada, José Manuel Pascual Pascual, S. A, y mantiene acuerdos de concertación con la sanidad pública andaluza. Fuentes de la dirección, en conversación con Público, tildaron el problema de “tontería”. Y el gerente, José Manuel Pascual, que ayer estaba de vacaciones, declaró a Efe hace una semana que cuando un trabajador “incumple la normativa de vestuario, hay un concepto que no se le abona”. ¿Y si es discriminatoria? “Que vayan a los tribunales”, dijo.
Modelo trasnochado y sexista
“Un uniforme no puede ser identificativo de papeles sociales ni culturales, ni de modelos ancestrales, sexistas y trasnochados para la mujer”. El presidente del colegio de enfermería de Cádiz, Rafael Campos, explica que el “estúpido” uniforme de “amplio escote y falda corta” no permite a las enfermeras desempeñar con soltura sus actividades. En España hay unas 238.000 enfermeras y enfermeros. Tradicionalmente ha sido una profesión de mujeres, pero ahora un 18% son hombres.
Campos recuerda que el sistema público de salud hace años que unificó los uniformes entre ambos sexos. “Somos profesionales y estar monos o monas no forma parte de nuestras funciones”, reivindica. Así lo recoge la ley que ordena las profesiones sanitarias, la LOPS. Y así terminaron haciendo empresas de otra índole como Iberia o Renfe.
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